domingo, octubre 01, 2006

CARLOS BATTILANA







Escribo como puedo. Siempre depende de las circunstancias. A veces hay períodos en los que hay más calma económica, a veces no. Las circunstancias personales y familiares varían, pero aún así, intento escribir todos los días.
En cuanto al rito de la escritura no tengo mayor superstición.
Por una cuestión práctica, desde hace mucho escribo en cuadernos, que voy numerando, y luego (acaso allí haya algo de superstición) una vez que algunos de esos textos se convirtieron en poemas, guardo los cuadernos en una caja.
Ahora trato de escribir en casa. Cuando vivía en un departamento piso quince lo hacía frente a una ventana que daba a la autopista, y había como un sordo rumor de autos que no molestaba. Hoy escribo frente a una ventana que da a un pequeño jardín, que también me gusta. He escrito mucho en bares, especialmente en uno de Villa Luro, cuyo clima me organizaba.
Si bien la escritura, en algún punto, trasciende la noción estricta de trabajo, al mismo tiempo es un hecho que lo incluye de un modo específicamente material: creo en esa tarea minuciosa, pequeña, rutinaria.
Encuentro más placer en el momento en el que reviso los textos, en el momento en que comienzo a pasarlos a otro cuaderno. Es una tarea un poco ardua, pero que no me desagrada. Además se me vuelve necesaria, porque es un acto particular, personal de comprensión, en el sentido de que tardo en comprender, o mejor, comprendo lentamente aquello que estoy haciendo. Luego paso los textos a la computadora, y empieza a armarse un libro, o un conjunto de poemas en torno a un título y a una respiración. En realidad, lo mejor, creo que es volver a aquello que se escribió luego de un tiempo: esa suerte de ritmo que genera el acto de escribir se me vuelve más inteligible. Pasado un tiempo, percibo mejor la tensión o falta de tensión del texto.
Escribir, el acto de la escritura, es un momento que se me olvida, o intento olvidar, y que prefiero que pase lo más rápidamente posible: hallo una gran felicidad en el momento en el que me reencuentro con los textos, en que empiezo a armar las piezas de un rompecabezas en el que los poemas hallan su lugar, un lugar que posiblemente sea arbitrario y no previo, pero que coincide con un asentimiento personal que es resultado de un proceso en el que se incluyen factores variados como la reflexión, la respiración, la acústica y seguramente las obsesiones.
Escribir es un aprendizaje de algo inasible que quiere tomar el lugar de una forma. Por lo tanto, es una tarea que nunca alcanza.
Por eso escribo, para comprender ese acto que nunca se termina del todo y que compromete un aspecto físico notable.
Me parece que cada uno tiene una enciclopedia de imágenes, olores, sensaciones de todo tipo, recuerdos explícitos, algunos flotantes, otros más adormecidos, y eso es el material de la escritura. Una especie de música del presente y una música de la memoria encuentran en la escritura un lugar de reunión.
La escritura no sólo es inscripción, y mucho menos "expresión" o "reproducción", sino que su origen, su presente y su porvenir hallan en el sonido su más fuerte conexión con la vivacidad de la lengua. A veces una imagen persistente es su origen, a veces un rumor, un ruido, una frase escuchada en el subte, a veces el vacío del presente, a veces la estimulación del presente. Pero sobre todo, sin tener necesaria relación con que si lo que se cuenta es o no extraordinario, la escritura poética se conecta con lo extraño, o mejor, con un extrañamiento de la mirada que torna las palabras en un poco más densas.

Carlos Battilana

Poemas

1.- La demora


III

Para no decir
que esto
es esto otro,
para no usar palabras
que los escribas cansados
se permiten
sin acertar,
retomo aquella huella,
este minúsculo aire
que el bosque
con su razón
reclama. Voces,
ruina cuyo origen
no es un hecho
sino la hiedra preciosa de la
Constancia.

IV

Sabe que el aire
reúne lo que del parque
queda. Hojas, ramas, plantas
minúsculas.
Con tinta
indeleble
dibuja una línea
que sus ojos
no ven. Traza, fija,
recoge. En un costado
oculta
con cierto equilibrio
acontecimientos pequeños; su nombre
resiste apenas, sueña
con las voces que la infancia
ha perdido. Traza.


El cielo

Mi hijo está allí.
El cuarto le pertenece
y yo
no hago
más que atrasar
el temor. En este lugar
donde los hechos avanzan
donde la casa
parece
una tundra llena de voces
¿dónde reposa el ruiseñor?
¿en qué modelo
basa su canto
el triste? Con los dedos fijos
escribo esta letra
aquella otra, esta
de más acá. A través de un agua sin sabor
el hilo de la costumbre abrasa
y me recibe
en su cielo.


Los días antiguos

Sentado
como una cosa,
estático, sin énfasis,
lo que resulta cierto
son los días. Miro
hacia atrás,
hacia los días antiguos. Ayer
he visto
una muerta. Pero no
una muerta más.
Una muerta
posible.
De chico
seguramente
me ha acariciado
con vaga ternura
y en esa lógica
precaria
ha consistido su vida. Es eso
lo que sé.

Recojo mis papeles, junto
mi ropa; con el tiempo
todo lo inútil
se vuelve
objetivo. Está bien el equilibrio.
Otros creen
mucho. Yo poco.
Antítesis. Metáforas…



Formas

En el círculo cerrado
que el viento atrae
en esta pequeña habitación
protegida de tumultos y escarcha
¿por qué será
que ese duro sonido de la ciudad
separa
como una ínfima línea
la materia
de sus palabras?
Si las palabras
derivan de las cosas,
si las letras
-como signos helados –
provienen de una plena
sustancia
¿qué será ese mínimo indicio
de los objetos, de las formas,
de esa materia
que se resiste?



El viento

Toco con mano indeleble
lo escaso de la materia.
En mi habitación
retiro a mis hijos, los abrazo,
les recuerdo
con palabras pequeñas
que el viento
es indestructible.
Brilloso como un témpano
el día
persiste
aquí, allí. Sin cansancio
recibo el deterioro
como una forma de avance.


Viajantes


El aire de invierno
Vuelve el invierno.
El sol
deshace su fuerza.
Sé que no puedo esperar. Vuelve
la mayoría del invierno. Nos protegeremos
en la TV, en la pequeña
escena
de lo cotidiano. Sin poder
administraremos la energía.
En lenta procesión
la voz del teléfono
se demora
y sangra
por su herida. Adiós,
estrecha hierba
de la invención. El verano
fue
esa aguja sutil
que la lentitud
destroza. Parte
de tu espera
se acumula
en el pecho. Aire
que el mar
no ha concebido
suficientemente. Espacios. Refugio.
Movimiento.


Sujetos

Hay ruido. Algunos ruidos
que el murmullo
transforma
en son. Oís voces,
quebrada la cintura,
tu piel, el lento cardo de
tu piel, permanece abierto al sonido
de lo bello. Besar lo que de mí
queda, y hostigado por
no saber, tu mano transparente me compone.
Yo, o vos. El lento ardid.


Nieve

¿A dónde está eso
que la materia
desea? ¿A dónde
permanece?
Objetos, maderas,
la cordillera de los Andes
que no veré
sino oculta. No habrá nieve
desde lo alto del avión, sólo
la oscura respiración
de los viajantes.


El Estado


Leo a Pasolini, ordeno.
Autos, colectivos en derredor. Todo
permanece quieto. También
mi cuerpo. Años atrás
por esta calle del frente
mi hermano y yo
viajábamos,
entendíamos el mecanismo
del país. Hoy
todos sonríen. Asumió
el nuevo gobierno,
las cosas están
en paz.
La poesía
no es
epifanía
ni un recuento
de revelaciones. Eso
es falso. Calibrar
con precisión
aquello
que como un gusano
roe
lo más preciado
del dolor, ésa
parece una forma
de decirme
puntillosamente
que no todo
está en paz.



Aparición


El árbol negro
con palabras y hechos
desata
su extraña aparición.
Entre obreros
salidos del mar
hacemos otra cosa
distinta
a clavar
u obedecer.
Recién
en el laberinto
aterido, solo,
la lenta ineptitud
adquiere
fuerza, sentido.
Agua
y sabor
retienen tanta angustia.
Aquí, allá,
a la vuelta
resplandecen
los grandes días.


Cobre

No escribo. Sólo
junto palabras.
Los ojos de Adriana
calculan su espera
y el cobre que obtendrá
es cuestión
de la naturaleza.
La cultura
no es más que información
y el término "amor"
parece una alquimia:
entre este punto y el otro
el flujo
resultó
sexo conveniente.


Objetos



En esta playa mis pies reposan. El agua recubre con espuma el hueco de los dedos. Como una caligrafía sin voz, recojo este poco de arena, y razono, con cierta calma, sobre los objetos. Entre este punto y el otro, entre esta cosa y el polvo que la recubre, ¿qué transparencia resiste?


Leyenda

Hay muros que los vientos han deshecho. Un hombre observa por sobre los árboles lo que separa el bosque de la ciudad. Si tocara el camino, sabe que se volvería impuro.
La brisa recorre el lugar. En el círculo ardiente, su indecisión es una forma de la memoria: la forma en la que trabajan sus ancestros. Domina el paisaje, silenciosamente, y sus ojos asienten sin ver.


Paseo


Las hierbas son como luces encendidas: el viento trabaja y desvía sus partes minúsculas. No me dedico al placer, solamente a apoyar con mi hija el cuerpo en la arena. Nos abrazamos, y vemos a lo lejos, sobre la línea del horizonte, los árboles perdidos. Acompaño a Sofía a correr, hacemos cosas con la tierra, acumulamos piedras y ramas pequeñas. Sin saber si el viento va o viene en dirección contraria, respiramos, reímos con leve sonrisa, reconocemos en la extensión la tibieza del momento.


Hombres


En esta habitación
atascado por los papeles
y las palabras
me obligo
a trabajar.
El cielo está gris
la ciudad
parece
una tierra de nadie.
Mi hijo mi brazo mi cuerpo.
Dame agua, un poco de sed,
ilusión
ante la espera.
Pues bien
deletrear palabras
cavar un pozo
decirse al oído
susurrando:
el temor
no hace
hombres.

De, La demora


Siglos

para H. C.


Lo que está quieto, parece una sombra helada. Lo claro del bosque, lo oscuro del monte, lo que parece perdurable se torna, lentamente, unas cuantas palabras. Si es verdad que el pasado se vuelve destructible, aquel que reverencia la tradición ha dicho acerca de su casa atestada de libros, en un gesto casi final: "Hay que ir deshaciéndose de ellos."


El lado ciego

Por poco inclina su espalda. No tiene perdón ni sentido su pasado. Si pudiera, se iría a un lugar liviano, extenso y apenas movible. No sabe oír, ni tampoco mirar. En su trayectoria sin filos, sus reveses fueron internos. Si pudiera aplastaría con hielo todos los días. Los quemaría.



Propiedades

Se mira en el recuerdo. Esconde sus manos, sabe que le ha tocado un peso intraducible. Escribe antes de que las voces de la razón le digan qué hacer. Se pliega, reduce sus palabras al mínimo. Extrae de su silencio algo de paz.


Letanía

Sabe que el viento toca sus manos. No sabe si Dios está o persiste. Por no preguntar, demora el paso anterior. Como avanzan las horas, así las palabras. Brutalmente.


Manchas


Mira por la ventana, y sólo ve el movimiento de los autos. El movimiento es algo que se ve, y ¿los objetos?…De los objetos queda una suerte de mancha gris.


Signos

Con las letras de las palabras, ordena el mundo. Pero el mundo está hecho de materias, de desvíos, de bloques irrespirables. En ese afán de que las cosas se acomoden a su percepción, se halla, insensato a los signos del mundo.


Carlos Battilana



Carlos Battilana nació en Paso de los Libres (Corrientes) el 19 de septiembre de 1964. Reside en Buenos Aires. Publicó Unos días (1992), El fin del verano (Siesta, 1999), La demora (Siesta, 2003) y El lado ciego (Siesta, 2005). También una selección de sus poemas se publicaron en Una historia oscura (Ediciones Deldiego, 1999). Poemas suyos aparecieron publicados en diversas antologías (Poesía en la fisura; La voz del erizo; Poesía argentina año 2000; Poesía en el subte; Antología Zapatos Rojos; Hotel Quequén Poesía), revistas (Diario de Poesía, Vox, Hablar de poesía, Tsé Tsé, La Mineta, Crisis, Paredón, Blanco Móvil, El perseguidor, Carpetas de poesía argentina, La Carta de Oliver, entre otras) y suplementos culturales (Clarín, La Nación, entre otros). Es docente de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Buenos Aires.

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