viernes, enero 25, 2008

LILIANA PONCE


Santa Teresita, 1970

Escribo todos los días, en bares o locales de comida fast food; absolutamente imprescindible salir de mi casa. Lo ideal: una hora o más por la mañana y lo mismo por la tarde –lo que no siempre puedo cumplir por otras tareas que desarrollo, como dar clases. El ruido o la música externa, aunque no sea de mi agrado, no me perturban: una vez concentrada, ni me entero. Antes de escribir leo un rato –poesía o ensayo, nunca narrativa (con este objetivo, claro). Escribo siempre a mano, con lapicera de tinta, en cuadernos o libretas. Escribo diariamente, pero no siempre poesía, ya que trabajo en ensayos, textos informativos, traducciones y mi diario personal. Soy muy desordenada con mis textos. Los conservo, pero nunca sé muy bien dónde si ha pasado cierto tiempo.
No todos los poemas han tenido ni tendrán el mismo origen –a veces hay un plan que emerge de un deseo, una pulsión, de armar algo “sobre”, a menudo experiencias emocionales dolorosas. A veces, también, algo mecánico, automático, que surge de corrido, una música, un tono, que se me impone palabra tras palabra –y yo casi medium, zoombie.
A pesar de que muchos ven en mis poemas algo muy cuidado, casi no corrijo: los puedo aceptar o desecharlos directamente. Un año o más están ahí hasta que decido revisarlos y pasarlos en limpio; los tipeo en la computadora y entonces pueden tener otra leve corrección, o descartarse definitivamente. Creo que dejaré muchísimo material inédito. Nunca he tenido urgencia por la publicación.
Es difícil y engañoso escribir sobre la poesía y sus procedimientos –la percibo como la más absoluta y perfecta sinestesia donde a los cinco sentidos agrego, como enuncia el budismo, un sexto: la conciencia, la mente instalada como espejo. Escribir y leer poesía son espirales infinitas de riesgoso recorrido –del éxtasis a la emulación del satori, o a la más desgarrante herida con garfios.


Poemas



1.

Este gris que se abre, que comienza en el arrobamiento,
escribe el acto de perder en el lugar presente,
como la marca de una sed a la que yo mismo había abandonado.
Pero la llama de dios es tan habitual a la araña, que desaparece.
La llama es dios y se sacia en el propio pensamiento.
No rechazaría esta baba, el único punto, estrangulado entre los restos,
recordando que no sería él el desierto, el menos vacío,
en el extremo,
un amo demente.
La Edad de Oro que expira lanza frío por encima del ojo y recorre con él.
En ningún sentido yo.
–El fuego vuelve al movimiento donde el universal es interior al ser.
Este gris espectral que se abre y llama tardíamente a una liberación,
arranca su verdadera atadura,
no absorbe la parte ciega –por estrechas vías revela la entrega imaginaria,
el poder de la muerte que durmiendo rara vez nos une.
Está en el curso de su cuerpo incluso en ruinas,
ahora tegumentos húmedos, oleosos –al mismo tiempo que el objeto se deshace
puesto en tela de juicio.

2.

Brillo de lo blanco que encandila
(nada ha caído).
Debilitamiento que demuestra que el blanco no engendra.
Otro posibilita todo.
Naturaleza –
(escribo bajo el susurro de una voz que no te ha conocido
huyendo del frío,
riesgo del amanecer, y aún desde la aguda negación).
Discontinuo, nunca llamado.
Lugar que ha ocupado el lugar ocupante.
Decía: azul encendido
nada sagrado como ella atravesando la palabra con su cuerpo.


De,  Trama continua (1976), Buenos Aires: Corregidor.




I.

¿Quién es la que así me abraza?
En un anillo fulgurante adormecía su paso de langosta,
las piedras aplastaban alas de hierro en el centro de la crisálida.
Cuando abría su vigilia
la que así me abrazaba sobre el cuerpo de sus mares,
al ascender para nosotros la seda última de la marea,
el árbol-junco desgarraba sus estrías.
La que me abrazaba expulsaba el sueño y arrastraba su corola hacia la grieta.
Una mordaza –el diente en el río del cuello,
la negación del deseo que emerge sin fin sobre la red.
A través de las noches el áspero silencio del roce del erizo,
agujas en el cuerpo único.


IV

Señora de la noche
vuelve tu rostro, túnica negra en la ráfaga
–como un vidrio tus ojos atraviesan la luz
ahora quieta en la inmovilidad de los huesos.
Mi espera te ata en el temblor abierto en cada viaje,
mis perdidos viajes que no son.
Y en el umbral, señora, recuérdame:
las sombras se borran al separar las cabezas
y las voces retumban,
se entregan al sueño hueco.


(Frag. del Poema 8)


De,  Composición (1984), Buenos Aires: Ultimo Reino.



Ritos cotidianos


Ritos cotidianos, sobre una manta adversa, sin mancha ni alas.
Se esparcen los objetos, van como piedras vivientes,
oscuro el salón, el pozo lleno.
No había hastío –iba más allá
como un luto hecho para los relámpagos diurnos:
casa, mano, helecho.
¿Quién al fin del día?
Reglas como brazaletes,
agujas azules en la puerta.
Voy a buscar mi nombre, ahora oculto entre la fuente y el arco
–pero el arco de yeso es un pórtico para islas, saltos con andamios.
Guardiana de día, por las noches, sombra:
es mi deseo la peregrinación del árbol.
En su corteza mi historia se cubre de moho, de estiércol
–lo que fui no me obedece.
Sobre la quietud
Línea en suspenso, áurea de bruma,
espesor, oculta diafaneidad, intensidad.
Pero, ¿de qué instancia es la fuerza? ¿de qué medida?
Reminiscencia de los telones de hule de la infancia:
por fin sin miedo, sin espera.
No a la pasión (tan sólo como beso soñado).
Ausentar el cuerpo, suspenderlo –el goce del no-sentir:
he ahí la luminosidad del lenguaje que no puede pensarse.
Herida de las palabras, carbón, agujero–
las metáforas que machacan o tajean el hilillo de las voces
–cadenas.
La metáfora que reincide como maldición.
Y ahora el lenguaje como trama de muerte y de posibles,
su inasibilidad, la caducidad de lo dicho,
lo inhallable de lo escrito:
boca y voz no pueden encontrarse.


De, Teoría de la voz y el sueño (2001), Buenos Aires: tsé-tsé.



(Diario de un curso de caligrafía china)


Día 1

En un rincón me senté a la luz de la lámpara. Ya era tarde y todos habían comenzado a trabajar.
Estaba el papel, estaba la tinta. Escaso silencio –pensé, mientras oía el murmullo.
Sensei me dio unas notas, y empecé a leer.

Día 2

Los signos multiplican los instantes. El signo y la repetición forman una corriente de confianza, de liberación. En esa corriente debo aprender a ahogar la ansiedad. Imagino un nuevo lugar en la mente que nace de este punto material, duro, pétreo. Es un punto inorgánico e indefinido, como lo que inicia la posibilidad. El comienzo de la posibilidad no es aún el comienzo.
Esta noche, el ojo reemplazará al oído. El ojo reemplazará a la respiración.

Día 3

El viaje de regreso ya tiene su mapa. Supervivencia en aguas de azúcar, ritmo de algas.
La tierra en la hondonada quebrándose –conocía por la cabeza, en la mente, insectos revoloteaban y recorrían la ciudad de tu mapa.
Labraba en la montaña materia de mar.
Un nuevo trópico dividiría los días –pensé. Los días al azar comenzaban otra vez, como cardúmenes de arcilla, en la costa.
Conocía por la cabeza, y deambulaba por la ciudad de tu mapa.

De,  Fudekara (inédito, 1998)



La urraca

Deja los puños cerrados, la mano tensa
y quedan dentro los confites.
En el armario se arrinconan
los pedacitos de cosas ya frías, olvidadas,
y al dormir, sabe que también ellas están durmiendo
boca arriba, sin la esperanza de otra vida
fuera de las puertas.
Mi tesoro es gurdar tesoros
que sólo yo entiendo –piensa.
Y esas hojas y cajas beben en el volcán
la ceniza del tiempo:
–pinzas, estatuillas, etiquetas,
para que el rey cocodrilo
llore o escupa.
Soy la urraca –dice–.
Busco cuidar lo que huye,
ese temblor, esa imagen,
lo fugaz y lo invisible



Inédito (2007)


Liliana Ponce


Liliana Ponce nació en Buenos Aires en 1950. Es egresada de la carrera de Letras de la Univ. de Buenos Aires. Se dedicó a la poesía, los estudios lingüísticos y a investigar sobre el pensamiento y las religiones de Oriente, en especial los referidos a Japón. Estudia la escritura de la lengua japonesa, la que ha comenzado a traducir.
Publicó Trama continua (1er. Premio Fondo Nacional de las Artes, Ed. Corregidor, 1976), Composición (Editorial Ultimo Reino, 1984 ) y Teoría de la voz y el sueño (Ed. Tsé-Tsé, 2001), y poesías y ensayos en diversas revistas literarias argentinas y extranjeras: Ultimo Reino, Tokonoma, El Desierto, Feminaria, TséTsé, Cuadernos de AUN, Temas de Asia y África (UBA), Casa de las Américas (Cuba), Dimensao, Inimigo Rumor y Etcetera (Brasil), Mandorla (EE.UU.), etc. Tuvo a su cargo la edición de un libro sobre teatro japonés, en el que también colaboró en su redacción, El teatro noh de Japón, y tiene un libro de poesía inédito: Fudekara. Ha realizado traducciones directas de poetas clásicos japoneses publicadas en diversas revistas literarias así como ensayos sobre budismo y shintoísmo en la literatura de Japón. En calidad de miembro de ALADAA (Asoc. Latinoamericana de Estudios de Asia y África), de CETAA (Centro de Estudios Transdiciplinarios de Asia y África), de FIEB (Fundación Instituto de Estudios Budistas) y ex miembro de la Sección de Estudios de Asia y África de la UBA, ha participado en jornadas y congresos nacionales e internacionales y sus respectivas publicaciones.
Participó también en numerosos ciclos de lecturas poéticas, entre los que se cuentan los de La voz del Erizo (Centro Cultural Ricardo Rojas), Jornadas de Poesía del Centro Cultural San Martín, La Casa de la Poesía (Centro Cultural Babilonia) y el ICI (Instituto de Cooperación Iberoamericano), en Argentina, y en encuentros en Chile, Costa Rica, México, etc. Integra antologías de poesía como Antología de poetas argentinos (Casa de las Américas, Cuba, 1994) Poetas argentinas: 1940-1950 (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2006) y Voix d’Argentine, 
(Cahiers Bleus, París, 2006).

jueves, enero 24, 2008

DELFINA MUSCHIETTI


No tengo ritos en relación con la escritura, cuando llega hay que hacerle tiempo y espacio en donde se esté. Por eso hay que tener siempre papel y lapicera en el bolso de mano, en la cartera. La palabra, el verso, el impulso pueden llegar en el tren, el colectivo, caminando por el barrio, o después de una conversación, o cuando leo un libro de teoría o filosofía, sentada en la computadora, o apenas despierta tratando de recuperar algún fragmento de sueño revelador. Escribo a mano o en la máquina según la circunstancia de arribo del “dictado” como diría Derrida. Me gusta el silencio, pero también la música puede ser disparadora o algún ruido como ese del motor que lleva agua a la cisterna que oí caminando por Olivos una mañana de verano y fue el inicio del poema Coda de enero. No hay ritos ni reglas para mí, al contrario, me dejo a merced de lo que me llega. Puede parecer romántico o pasado de moda hablar de este modo de lo que puede sonar a la vieja “inspiración”, pero es eso lo que me ocurre: me pongo a disposición de lo que llega no sé de dónde pero que arriba como un fluido, un soplo que hay que alojar y al que hay que dar curso en la letra. Muchas veces me ha sucedido que luego de escribir, leo y no me reconozco; o mejor, surge esa extrañeza frente a lo escrito por uno mismo que describían muy bien Artaud, y Pasolini.

Es muy raro cómo se va hilvanando un libro, porque si bien escribo lo que aparece como dictándose, una vez que tengo un plan de libro, que a veces se presenta sólo como un título que imanta todo el trabajo, sucede que los poemas que surgen van alineándose dentro de ese plan casi inconscientemente guiados por esa vía de constelación. Me gusta investigar a veces porque amo el lenguaje que siempre me parece un tesoro escondido que hay que desenterrar una y otra vez. Amo los diccionarios como los amaba Ponge, y la investigación como aventura al modo de mi admirada Emily Dickinson. Y especialmente, como ella y como Juanele, trato de leer en la naturaleza, que abarca no sólo jazmines, bouganville, glicinas, y tardes, agua, cielos de verano sino también la selva de la letra escrita.

Con el tiempo fui aprendiendo a corregir, y ahora es casi una fiebre. Me cuesta cerrar un libro, especialmente los de poesía en prosa como el último e inédito aún Amnesia, en donde no está la apoyatura del corte de verso y componer la melodía del ritmo y sus pausas resulta más difícil. Pero se trata de un desafío que me atrapa. Es un libro que me ha llevado casi seis años y recién ahora parece haber llegado a su fin.

Tampoco aquí hay reglas. El poema puede aparecer al inicio como un verso suelto en forma de imagen, de sensación palpable del espíritu, o como un cartel luminoso, como en el caso de algunos poemas de Olivos surgidos a partir del sueño. Luego que despunta ese inicio, en cualquier lugar y en cualquier momento, me dejo llevar por el impulso, como describí antes hacia donde me lleve el azar de la investigación o la vía inconsciente de lo arcaico de la memoria. Me gusta pensar la poesía como ese puente luminoso que comunica experiencia individual con experiencia cultural, de modo que la investigación sobre sí en que se resuelve todo poema, se abra al espacio ético de una memoria colectiva.



Poemas


Pálidos

El silencio
sobre el cielo escribe
su pálido fuego
si vibra la luz
suena cae
sin reservas
sobre el rumor de los tilos


Desenlaces

La tarde muerta
es un comienzo de nube
cuando los ojos ya no pueden
atravesar la película
la superficie fosforescente
hacia el acuario
hacia el sueño.
Parpadeo
en la ventana que se abre:
una voz repite
el sabor del desenlace
rubio y liso
en el acorde técnico
de la FM clásica.
Porque quizás está roto
el disparador de los árboles:
tanto verde detenido
como una foto vieja
en el álbum familiar.


Velados

Estar muerta
se parece a la gasa
del pañuelo rosa té
velado sobre los apuntes
de mi cara,
una mariposa apagada
mi voz
en la ausencia de roce
mientras toco la luz que cae
y el amarillo se disuelve
opacamente
en el fondo verde oscuro
del cuarto,
en otro lugar.


Violentos

Inclina el perfil
hacia la noche dispersa
se va:
sabor irremediable
el look de lo intocado
“no haber hablado
nada con nadie”
se posa
en el marco de la puerta
y permanece
luz indiscriminada
mata sin saber
impune
la violencia de lo bello


Interiores

(Sólo consigo
se cierra para sí
para ella)
Extendida
sobre el cuerpo del sueño,
de los labios hacia adentro:
una superficie desierta
viene del mar
y se abre como estela
en el cielo,
se disuelve
en el gusto de los párpados dormidos.
Se teme
no haber hablado nada
con nadie
jamás
en el interior de la boca
el silencio se hunde
como un animal submarino
lengua
parte las aguas
una aleta que brilla
ciega
en el coral del aire.


Lisos

Nado
en la expansión suspendida
la flor del paraíso
brazadas en el cielo
sin orillas de noviembre


Derivas

Voy
erguida mirando el agua
deslizarse
y la espuma contra la madera
arma y desarma
escenas de microscópico encaje
a la deriva
alta la cabeza y los ojos prendidos
al rumor infantil de los insectos
en la costa
al sueño de luz que enciende el cielo
cuando la boca del estuario se abre
hacia la promesa del mar
la verde y húmeda
limpia extensión de su mirada.



Agosto en el Paraná


I

Dejo el ruido de los motores
atrás en la rambla
e ingreso en el silencio entero
del río misterio
las islas
inmóviles

II

cómo pensar el movimiento
en el río que fluye
detenido en su superficie
centelleante
lo cruza terso
un bote solo y deslizado
en el otro margen uno más
a reunirse en un punto imaginario
del cielo más allá de las islas
desflecadas
en la copa de sus árboles



III

como en un thriller vi
mi cara reflejada
bajo sospecha
en la ventanilla de la lancha:
los lentes oscuros surcados
por el reverbero del sol
cayendo como una cometa
sobre el agua
en el murmullo adormecedor
el narcótico sucederse
del río
y a mis espaldas
su cabeza recostada
en la orilla de un sueño infinito



IV

"Zona de peligro" dice el cartel
cuando los más chicos pescan
suavemente en la orilla
y las ramas de los sauces
apenas se agitan


V

el aire se suspende
vibra en luminosa
transparencia calca
la pluma del polen
que respiro
el liviano amarillo del aromo
cuando estalla:
inminencia de verde nuevo
en la todavía tímida
aparición de la tarde.


VI

ahora es un paisaje lunar
el imprevisto diseño amarronado
de las barrancas
cuando anochece
bajo el arco de las voces
de los pájaros
el río se vuelve lámina
acerada
la silueta negra
de los árboles
el vapor del atardecer
que enrarece
el verde a la distancia


VII

sobre el horizonte
deja el cielo
su luminosidad de a poco
entre rosas y oros
de seda
se despliega una
mansa cavada
oscuridad
otra vez el silencio
del paisaje llamándome



VIII

cuando se extingue el cielo
en el centro de la silueta ya oscura
de la isla el cartel blanco
con letras doradas BIECKERT
abre una pantalla ilusoria
como una cita de Viel
al pie de los aromos
un espejismo que desmienten
la trama del monte
la presencia imperturbable del río
quieto cuando lentamente una
barcaza alcanza
la orilla de la costa
en el extremo y desaparece
como un pequeño juguete
tras la isla que duerme
sobre el silencio del agua.


Impactos

Una iluminación desértica
la terraza: escribe
al viento una tela blanca
en la cabeza
Ici à Aden il n’ y a rien
sin árboles
pas même une seule feuille
golpea
sólo cielo sol
seco el calor
en el impacto
desasido rien de rien:
vibra insostenida
si me extiendo
atenta al rumor del aire
en estos muertos
de noviembre.


Alucinadas

La siesta se diluye
el rumor sordo del lavarropas
sobre la mariposa
que sobrevive en el smog
más acá el arcaico
bisbiseo del ventilador
propaga el aliento cálido
el sabor del verano
en la penumbra de los cuartos
(bocanadas de flit al atardecer)
y antes a las tres de la tarde
en la vereda
aplastados por el deslumbrante calor
blanco de cal refleja
incrustada tesela árabe
brilla contra la calle de tierra
mientras leemos en el hallcito
en la pequeña hendija
de los vidrios de colores
se despliega el sol
la ondulación de los verdes
y el espeso aroma que cuelga
de las flores
una forma abierta
blanco de laurel
rojo de rosa china
desde los canteros del patio
en el silencio
estriado
del room infantil.



Moriscos

Un caballo
dobla su huella
sobre el liso desierto
moro
y la yema de la boca
suave ahora sobre la curva esfumada
en las lomas del sueño.


Contraluz

El encuentro de dos ramas
inmóviles
cuando anochece
dos ramas dispares en el tronco
reunidas
en el aire de gasa
los focos de luz como en un set
recortan los verdes
(el pálido, el intenso)
cuando todo empieza
a rodar
en la suave oscuridad
de enero
aquí en Sudamérica
o en la noche de África
nada respira en el recorte
el paisaje suspendido
contraluz del aliento
del desierto:
seco en el infinito oro
negro de las arenas.

De, Enero


de saberlo
sin necesidad de pensar
su cuerpo
exhala el calor del invierno
una onda expansiva
recubre cada objeto
una silueta de luz velada
lumínica en la oscuridad
como esa virgencita que fosforescía
entre verde limón y amarillo
en el centro de la gruta
de noche cuando estábamos
por dormir
aferrada sobre la mesita
al lado de la cama
calmaba el latido
acelerado del pecho
curaba
pensar una cualidad tan femenina
saliendo de sus hombros anchos
tan maternal su protección
de padre
llegar a la punta del doblez
en movimiento de azúcar
la voz asegura el puerto
viril el pelo de mono
duplicándose sobre el pasto
de cara al cielo de marzo
al borde de las hojas de esos árboles
tan argentinos


***

en bicicleta
por la vía nueva
del Tren de la Costa
nos llega espuma
en el aire
el azul fuerte del cielo
se recuesta
sobre el paredón alto
de enredadera
donde brotan esas flores
casi transparentes
las campanitas
frágiles tenues lilas
su corazón abierto
en el fragor del verde
mientras pasábamos
la tarde veloz
mirábamos casas
sueño de luz
que entra limpia
por los anaqueles de vidrio
alrededor de la galería
con piso de mosaicos
como ese de San Antonio
que vimos repentinamente
al doblar aquella esquina


***

a la lectura de Françoise Dolto
resuena sin ser todavía
en el borde del exceso
el hijo
repliegue suelto de placer
para los dos desasidos
en el extremo
fuera del sí mismo
en ese amor
como si ya fuera:
el tercero que nada en nada
redoblado
el tres invisible
carne en el aire
antes de ser
al silencio de estar
con voluntad de uno
solo en sí
el deseo de quedar


***

a pedido escribió
el back stage
rememorando:
será como una tormenta
de verano a punto de estallar
el tiempo tensándose
adentro atrapados
en el sabor desconocido
se supone:
una curva una sombra
apenas al sesgo
prometen ese olor
de la flor del paraíso
al llegar octubre
otra vez el ardor
de las calles florecidas
dejándose ir
en la sensación
el modo agitado de no estar seguros:
no existe
hasta que estalla
leía en el libro
de Susana Villalba
si será así cuando sea
tendrá el sabor de su boca
ese peso denso trópico
una fruta exótica doméstica
manera de ser animal
esa encendida tensión
fresca al morder será
su brazo lo que insinúa
moreno al descender
desde el hombro hasta la fibra
de la nuca
ese lugar apetecido:
seré yo lo que desea al ver
ese pliegue al respirar
un suave detalle
qué mira si me muevo qué
espera desencadenar cuando toque
una forma de morir al nacer
mira lo que busca
huele un rastro una imagen:
el tiempo sigue tensando
el placer nervioso de esperar
imaginar con los labios:
nada pierde now
sólo es inminencia
tesoro posible
de florecer en la sombra de la lluvia
cuando hace calor
en la moviente luz de las velas
llega lo que parece
ya empieza a suceder


***

al padre novio
el niño (10 años)
dijo de la mujer
ante la mujer:
"dejá de torturarla"
a su padre
puntilloso con agujas
en la obsesión de poner
orden la orden
de dejar de torturar
a ella
en un desvío de la voz
casi al sesgo protector
el niño
para la mujer
cómplice
perdida ante la ley
arcaica irracional
que ella no sabía
cumplir
seguía el verano otra vez
en Entre Ríos
bajo los árboles


***

para ellas
¿te fijaste en su mirada?
se expande a los costados
en el centro el fondo
de una olla negra
piedra
por donde una se resbala
sin saber qué hay más allá
baja la cabeza reina
del doblez en los ojos
pequeños una aureola mayor
acuosa resistente niega
¿hay hombres ahí?
pregunta la más chica
en el centro un punto
un insecto de acero
¿qué les dice?
¿qué les hace?
señala en su cuerpo
los rasgos que la distinguen
especial
narciso amanerado ama
su desnudez:
no escucha ni se detiene
nada: sólo el rumor crecido
de su voz para sí
un mínimo taladro
un aguijón
cómo sobreponerse
cómo espantarla
cuando se opaca la luz
llegan esas cartas
sin envío:
escritas con cada
hilo de carne
dictada dictadora
máscara:
minucias del desamor
se quema
¿te fijaste?
arde
cenizas del desamor
mariposa ciega
y vieja aletea
no se reconoce
¿ te fijaste?
no reconoce el infierno
de su voz:
desvía divide elude
alude envía dobla doblega
ahoga
desarma el murmullo de las hojas
frágil boca de la penumbra
sin sol de la siesta
atormentada en el mármol
gris oscuro del piso
el escaloncito
del zaguán:
mientras el agua
fluye sobre el verde comido
llueve limpiamente
se lustra la luz
afuera


***

soñé que no sabía cuál era mi casa
insistente se repite en la noche
algo antiguo no es con vos
entonces sus ojos se humedecen
perdidos
soñé que Esteban se desprendía de mi mano en el agua
soñé que me sentía solo
soñé que mi padre se moría otra vez


***

vimos por la pantalla
abierta del parabrisas
cómo esa chica
controlaba
por el movicom
quién era él
su nombre
número de chapa:
sábado a las 12 p.m
esperaba en la esquina
con esos pantalones de los 70
que vuelven a usarse hoy:
cuando llegó el auto
verificaba ella los datos
con sumo cuidado
urgencia y cierto temblor
porque el semáforo
ya cambiaba la luz
de rojo a verde
ella debía asegurarse
de que era ese el hombre
enviado
él bajaba la ventanilla
ella exigía:
¿cómo te llamás?
¿cuál es tu teléfono?
rodeando el auto
como una mujer policía
leía el código de la chapa
atenta al movicom
verificaba
delgada morocha
letras número identidades
con prisa minuciosa
mientras arrancábamos
pasábamos a su lado
sin conocer el final
la imagen como un rito
volvía a repetirse
en la húmeda noche
de mayo


***

por otros verdes
se espera hasta exhaustos
ver que termina agosto
para volver a sentir el pecho
expandirse
en el puente sobre las vías del tren
la enredadera
cuando se camina por Olivos
empiece otra vez
a subir alta
vuelva a florecer


***

miniaturas


IV

en la playa el hijo de 13 observa atentamente al bebé de 2 que
juega en la carpa vecina y sonríe plácido a la madre y sus no sin
berrinches y mientras la mañana transcurre suave entre el
rumor del mar y la gente el hijo piensa en el perro labrador
con el que jugaba pacíficamente en el jardín de Andrés, un
amigo de su padre y dice: "Habría que tener bebés así: bebéslabradores,
siempre"

IX

son transparencias de luz que se cruzan en el cielo del parque
de Olivos y aquel brillante de enero en la Plaza de Montevideo
tras los pájaros y el rumor del agua en la fuente cuando se
perdió el verano en la niebla blanca que cubría su cabeza y se ve
nítida en la foto, sentado en el banco con leve irritación crecida
en los ojos


X

***

cómo es posible la naturaleza
se preguntaba Kant: este
fuerte aroma a flores en rama
que entra por la ventanilla
del bus semiabierta
mientras corre la calle
Las Heras
noviembre
en este cruce de diagonales
noche antes del verano
extremo del recuerdo
que se toca yéndose
olor mojado
pasto mojado
verde molido
al calor
del silencio lunar
el cielo
se espesa en la fibra
del viento
abrisado
caligráfico sobre la cara
que corta el negro
amarillo camino al Norte


De, Olivos


Delfina Muschietti


Poeta, crítica, traductora y profesora de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Dirige en la UBA el Proyecto “Poesía y Traducción”. Ha obtenido la Beca Antorchas y la Beca Guggenheim de New York, la Beca Alban de la Unión Europea. Curadora de las Obras Completas de Alfonsina Storni (tomo I y II de Losada), autora de numerosos artículos críticos sobre poesía moderna comparada, y sobre la traducción poética. Ha publicado Los pasos de Zoe (1993), El rojo Uccello (1996), Enero (1999), Olivos (2002), Amnesia (en prensa). Ha traducido y compilado La mejor juventud de Pier Paolo Pasolini (1996), Poemas de Atilio Bertolucci (2003), Impromptu de Amelia Rosselli (2004), Después todo también tú de Alda Merini (2007). Aparecerá en el 2008 Poesía y traducción: una nueva Filología, en la Editorial Eudeba de Buenos Aires. Durante once años fue coordinadora del ciclo de poesía “La Voz del Erizo” en el Centro Cultural Ricardo Rojas y el Instituto Goethe de Buenos Aires. Fue directora de la colección de poesía Biblioteca del Erizo en la Editorial La Marca.